Los primeros recuerdos que tengo con una cámara son en el valle de Benasque, en el Pirineo Aragonés. Y esos recuerdos no los tengo siendo yo quien llevaba una cámara réflex colgada del cuello, sino mi madre, siempre iba con ella… Durante esos veranos, sin ser consciente, ya me llamaba la atención los instantes que ella era capaz captar. Hoy, me doy cuenta que, con 12 años, me fijaba en detalles de las fotos. Los que más me llamaban la atención eran los encuadres que realizaba y los enfoques, por entonces con una cámara que era completamente manual y que yo ya intentaba utilizar. Enfocar manualmente me fascinaba, a veces aún hago uso de ello sin tener necesidad con las nuevas tecnologías, pero me transporta a esos momentos.
La primera cámara de fotos me la regaló mi padre, de hecho, nos regaló una a mi y otra a mi hermana gemela, lo que tenía uno lo quería el otro. Venía de uno de sus viajes de trabajo a Londres y siempre nos llevaba un detalle. Pero, si algo he heredado de él, es la pasión por viajar, por conocer nuevos lugares y aprender de nuevas culturas.
Hoy, y desde hace 14 años, viajo a todas partes con mi cámara. Intento mostrar y reclamar que en este planeta todos tenemos cabida, la diversidad y la multiculturalidad son una oportunidad para aprender unos de los otros. Además, hay que ser consciente que en este mundo no estamos solos, muchos de los animales con los que compartimos el ecosistema ya estaban antes que nosotros o llevan miles de años. A través de la fotografía, intento transmitir que tenemos la suerte de tener lugares y paisajes maravillosos y una fauna fascinante que entre todos tenemos que preservar y aprender a cuidar.
Adrià Grau